miércoles, 3 de abril de 2013

¿Es la felicidad cosa de ignorantes?

Desde antes de que yo tuviera uso de razón, desde mucho antes de hecho, se fue difundiendo un rumor sobre todo por la parte occidental del mundo. Y era que los ignorantes son más felices que los que no lo son. Es decir, son más felices que aquellos que tienen acceso y dan el paso hacia la información porque éstos, por su naturaleza humana, se ven instigados a seguir investigando, a realizar hipótesis, barajar posibilidades, y buscar soluciones a esos procesos que les rodean; y ante el desesperado y ansiado momento de encontrar una respuesta que no llega, caen en la frustración consigo mismos, porque se crean nuevas dudas, nuevas perspectivas y realidades que antes por desconocer no deseaba alcanzar.

¿Pero esto es verdad? ¿Qué certeza hay? 

El hecho de buscar preguntas y buscar respuestas a nuestro mundo puede ser un proceso arduo y desmotivador, pero al más leve indicio de entender cómo funciona algo, por muy básico que sea, se prende la llama de nuestra inteligencia. Encontramos un poco de paz, al menos al pensar, que hemos podido ser creados para descubrir.

El descubrimiento en este aspecto es un arma de doble filo, porque es el que nos motiva a perseguir algo, pero nos distrae y hace que pasemos por alto el momento en sí, el "ahora". Y a veces vivimos oteando el horizonte, intentando vislumbrar las respuestas, obviando que son nuestros pies quienes nos llevan hasta ellas. Que es el momento lo que cuenta.

El hombre siempre intenta vivir un paso por delante. Quizás haya sido una cuestión de supervivencia. Y ahora ... en estos tiempos...¿quién se va a parar si quiera a formular bien una pregunta, si Internet antes de que lo sepa ya tiene una respuesta?¿Si lo que dicta la supervivencia social es inmediatez, llegar antes de reflexionar...? Así sí que se consigue la infelicidad. No es por el hecho de conocer, si no por tener tanta información y no saber qué hacer con ella, ni si quiera prestarle un minuto a nuestro cerebro para que la encaje y nos sea útil para nuestra propia realidad. 

Podríamos decir entonces que la felicidad reside en aprender cosas de nuestro entorno, pero aprender de verdad, de que los conocimientos nos sirvan para aplicar a nuestra propia vida, y de encontrar un sentido con ello. 

En un ámbito de psicología social...¿Podríamos decir que los que vivían en entornos rurales eran más felices que nosotros que vivimos en entornos urbanos? Pues recientes estudios indican que no. La adaptabilidad al medio indica que aquellos eran igual de felices que nosotros ahora. Llegamos al mismo punto, la felicidad no reside en tener más o menos acceso al conocimiento, si no del uso que hagas de él. Así por ejemplo, el Dalai Lama, Gandhi o Martin Luter King eran hombres sabios, pero felices también. Podemos creer que las tribus en Nueva Guinea o el Amazonas son felices porque no tienen acceso a la crisis, a los desahucios o a Internet que también forman parte de la información que recibimos. Pero en realidad, son felices porque aprenden a vivir con lo  que tienen. La felicidad reside dentro de uno mismo. Porque somos libres, porque podemos jugar con la perspectiva con la que miramos a la información y a los recursos de nuestro entorno. Y aunque parezcan que la información pone límites a las acrobacias de nuestro cerebro, sólo se usa como trampolín para desarrollar nuestra esencia. 

La felicidad reside dentro de ti, al igual que la libertad para alcanzarla.

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