sábado, 9 de junio de 2012

Amanecer en la cima

Hoy he tenido una experiencia maravillosa, mágica, compartida... superior a lo que yo misma me había imaginado. Llevaba tiempo queriendo subir a La Montaña, uno de los lugares emblemáticos de Cáceres, donde está el santuario de nuestra patrona, la Virgen de la Montaña, y desde donde se puede observar a vista de pájaro toda la ciudad; a la que suben diariamente jóvenes, ciclistas, andantes, ateos y devotos a disfrutar del recorrido y el marco paisajístico que la rodea.

Mi objetivo era sencillo, factible y claro: Quería subir andando a la montaña y ver desde allí o bien el amanecer o el atardecer. Observar por un rato la belleza y olvidarme del resto de mis problemas. Ahora bien, se me planteaba el dilema del acompañamiento. ¿Quién iba a ser el loco, el valiente o  el alma inquieta que me acompañaría? Porque hay un buen trecho, cuesta arriba... y además yo me decantaba por ver el amanecer, el atardecer era un comodín para atraer, igual de bonito, pero menos intenso. ¿Quién, quién sería? Pues estaba claro... Pablo, mi Pablito. El hombre del "sí ", de la ilusión, y que siempre está dispuesto. Él es en muchos casos el que me impulsa, me apoya y escucha lo que tenga que decir. Así que, en cuanto le comenté mi idea, un sí rotundo lo zanjó todo. Y teniendo las dos opciones, estaba claro cuál elegiríamos, pues la que pareciera más disparatada y loca, la de levantarnos a las 5 de la mañana para poder ir a ver el amanecer.

Así que a las 6 de la mañana, tras coger el termo y las galletas, llegar y mirarnos con la ilusión, el sueño y la sensación de que la locura nos acompañaba, cogimos las bicis y tiramos carretera hacia delante. Sabíamos que el amanecer sería a las 7 menos 10 e íbamos como contrarreloj por no perdernos el momento. Como las luces del alba ya habían comenzado a salir en la cuesta alternábamos pies con bicicleta, notábamos nuestro propio calor y el frío de la mañana, pero era una sensación muy agradable.

Cuando llegamos a la cima, fue una sensación de logro conseguido y felicidad. Estábamos allí solos viendo el amanecer de la ciudad entera, cómo se iba despertando poco a poco la gente, el tráfico...y el Sol, por supuesto, que para eso habíamos subido... Después de verlo despuntar y tirar hacia arriba decidimos desayunar en unas rocas e irnos de rutas por los senderos. Algo que he de decir y que ha sido lo único que me ha disgustado de esta experiencia es que he observado (de nuevo) la cantidad de residuos esparcidos por toda la montaña, que cada vez que subo se multiplican. No acabo de entender esta actitud, de verdad, y se me rompe el alma cada vez que lo veo.

La ruta fue muy agradable, porque comenzó a darnos el calor del Sol, y sirvió para conocernos un poco más. Después de unas dos horas dando vueltas y hablar un poco de todo, bajamos en bici a toda velocidad.  La sensación para describir eso sólo puede asimilarse con "sentirse vivo", que todos sabemos muy bien cómo se siente uno así, jajaja. Y yo tras bajar iba reflexionando, lo feliz que me había sentido, el bienestar y la paz, y que se habían esfumado todas mis preocupaciones. Son momentos que te dan la vida, y que suelen venir por impulsos de nuestro propio ser, como una llamada, una necesidad vital para renovarse.

Creo que repetiré la experiencia, esta vez con el atardecer, para ir sin prisas y disfrutar de otros colores, pero igual de intensos. 

Tengo claro que sin ti no hubiera sido lo mismo, así que te doy las gracias. Muchas gracias, pero por ser como eres, Pablo.


1 comentario:

Unknown dijo...

El sentimiento es mutuo. Podemos darle nuestra magia a tantos lugares como queramos. Es cuestión de ir sin premeditación y siempre juntos.